CUENTOS INFANTILES 

                                     Los tres cerditosLos tres cochinitos 1


En un pueblito no muy lejano, vivía una mamá cerdita junto con sus tres cerditos. Todos eran muy felices hasta que un día la mamá cerdita les dijo:
—Hijitos, ustedes ya han crecido, es tiempo de que sean cerditos adultos y vivan por sí mismos.
Antes de dejarlos ir, les dijo:
—En el mundo nada llega fácil, por lo tanto, deben aprender a trabajar para lograr sus sueños.
Mamá cerdita se despidió con un besito en la mejilla y los tres cerditos se fueron a vivir en el mundo.
El cerdito menor, quien era muy, pero muy perezoso, no prestó atención a las palabras de mamá cerdita y decidió construir una casita de paja para terminar temprano y acostarse a descansar.
El cerdito del medio, quien era medio perezoso, medio prestó atención a las palabras de mamá cerdita y construyó una casita de palos. La casita le quedó chueca porque como era medio perezoso no quiso leer las instrucciones para construirla.
La cerdita mayor, que era la más aplicada de todos, prestó mucha atención a las palabras de mamá cerdita y quiso construir una casita de ladrillos. La construcción de su casita le tomaría mucho más tiempo. Pero esto no le importó; su nuevo hogar la albergaría del frío y también del temible lobo feroz...
Y hablando del temible lobo feroz, este se encontraba merodeando por el bosque cuando vio al cerdito menor durmiendo tranquilamente a través de su ventana. Al lobo le entró un enorme apetito y pensó que el cerdito sería un muy delicioso bocadillo, así que tocó a la puerta y dijo:
—Cerdito, cerdito, déjame entrar.
El cerdito menor se despertó asustado y respondió:
—¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo feroz se enfureció y dijo:
Soplaré y resoplaré y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de paja se vino al piso. Afortunadamente, el cerdito menor había escapado hacia la casa del cerdito del medio mientras el lobo seguía soplando.
El lobo feroz sintiéndose engañado, se dirigió a la casa del cerdito del medio y al tocar la puerta dijo:
—Cerdito, cerdito, déjame entrar.
El cerdito del medio respondió:
— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo hambriento se enfureció y dijo:
—Soplaré y resoplaré y tu casa derribaré.
El lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas y la casita de palo se vino abajo. Por suerte, los dos cerditos habían corrido hacia la casa de la cerdita mayor mientras que el lobo feroz seguía soplando y resoplando. Los dos hermanos, casi sin respiración le contaron toda la historia.
—Hermanitos, hace mucho frío y ustedes la han pasado muy mal, así que disfrutemos la noche al calor de la fogata —dijo la cerdita mayor y encendió la chimenea. Justo en ese momento, los tres cerditos escucharon que tocaban la puerta.
—Cerdita, cerdita, déjame entrar —dijo el lobo feroz.
La cerdita respondió:
— ¡No, no y no!, nunca te dejaré entrar.
El lobo hambriento se enfureció y dijo:
—Soplaré y soplaré y tu casa derribaré.
El Lobo sopló y resopló con todas sus fuerzas, pero la casita de ladrillos resistía sus soplidos y resoplidos. Más enfurecido y hambriento que nunca decidió trepar el techo para meterse por la chimenea. Al bajar la chimenea, el lobo se quemó la cola con la fogata.
—¡AY! —gritó el lobo.
Y salió corriendo por el bosque para nunca más ser visto.


El conejo plasmado en la luna
La leyenda del conejo plasmado en la luna 1


Cuenta la leyenda azteca, que el dios Quetzal dejó su aspecto de serpiente emplumada para transformarse en un hombre común y así poder explorar la tierra.
El dios se encontraba tan maravillado con los hermosos paisajes que siguió caminando hasta que el cielo se oscureció y se llenó de estrellas. Cansado y hambriento, se detuvo al lado del camino.
Un conejo pasó por su lado y le preguntó:
—¿Estás bien?
—No, me siento muy cansado y hambriento—respondió el dios.
Sin saber que estaba hablando con una deidad, el conejo rápidamente se ofreció a compartir su comida con Quetzal.
—Gracias, pero no como plantas— le dijo el dios al conejo.
El pequeño animal sintió mucha pena por el viajero:
—No tengo nada más que ofrecerte, soy una criatura insignificante y tú necesitas recuperar tus fuerzas, por favor cómeme y reanuda tu viaje.
El dios conmovido por el noble gesto de pequeña criatura regresó a su forma de serpiente emplumada y sostuvo al conejo tan alto que su reflejo quedó plasmado para siempre en la luna.
Luego, regresó al conejo a la tierra y dijo:
No eres una insignificante criatura, tu retrato pintado en la luz de la luna contará a todos los hombres la historia de tu bondad.

Cuento de Blancanieves
Blancanieves cuento

Érase una vez, una joven y bella princesa llamada Blancanieves. Ella vivía en un reino muy lejano con su padre y madrastra.
Su madrastra, la reina, era también muy hermosa pero arrogante y orgullosa. Se pasaba todo el día contemplándose frente al espejo. El espejo era mágico y cuando se paraba frente a él, le preguntaba:
—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?
Entonces el espejo respondía:
— Tú eres la más hermosa de todas las mujeres—. Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad.
Sin embargo, con el pasar de los años, la belleza y bondad de Blancanieves se hacían más evidentes. Por todas sus buenas cualidades superaba en mucho a la belleza física de la misma reina. Y llegó al fin un día en que la reina preguntó de nuevo:
—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?
El espejo contestó:
—Blancanieves, a quien su bondad la hace ser aún más bella que tú.
La reina se llenó de ira y ordenó la presencia del cazador y le dijo:
—Llévate a la joven princesa al bosque y asegúrate de que las bestias salvajes se encarguen de ella.
Con engaños, el cazador llevó a Blancanieves al bosque, pero cuando estaba a punto de cumplir las órdenes de la reina, se apiadó de la bella joven y dijo:
—Corre, vete lejos, pobre muchacha. Busca un lugar seguro donde vivir.
Encontrándose sola en el gran bosque, Blancanieves corrió tan lejos como pudo hasta la llegada del anochecer. Entonces divisó una pequeña cabaña y entró en ella para dormir. Todo lo que había en la cabaña era pequeño. Había una mesa con un mantel blanco y siete platos pequeños, y con cada plato una cucharita. También, había siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete jarritas llenas de agua. Contra la pared se hallaban siete pequeñas camas, una junto a la otra, cubiertas con colchas tan blancas como la nieve.
Blancanieves estaba tan hambrienta y sedienta que comió un poquito de vegetales y pan de cada platito y bebió una gota de cada jarrita. Luego, quiso acostarse en una de las camas, pero ninguna era de su medida, hasta que finalmente pudo acomodarse en la séptima.
Cuando ya había oscurecido, regresaron los dueños de la cabaña. Eran siete enanos que cavaban y extraían oro y piedras preciosas en las montañas. Ellos encendieron sus siete linternas, y observaron que alguien había estado en la cabaña, pues las cosas no se encontraban en el mismo lugar.
El primero dijo —: ¿Quién se ha sentado en mi silla?
El segundo dijo —: ¿Quién comió de mi plato?
El tercero dijo —: Quién mordió parte de mi pan?
El cuarto dijo —: Quién tomó parte de mis vegetales?
El quinto dijo —: Quien usó mi tenedor?
El sexto dijo —: Quién usó mi cuchillo?
El séptimo dijo —: ¿Quién bebió de mi jarra?
Entonces el primero observó una arruga en su cama y dijo—: ¿Alguien se ha metido en mi cama?
Y los demás fueron a revisar sus camas, diciendo—: Alguien ha estado en nuestras camas también.
Pero cuando el séptimo miró su cama, encontró a Blancanieves durmiendo plácidamente y llamó a los demás:
—¡Oh, cielos!, ¡Oh, cielos! —susurraron— ¡Qué encantadora muchacha!
Cuando llegó el amanecer, Blancanieves se despertó muy asustada al ver a los siete enanos parados frente a ella. Pero los enanos eran muy amistosos y le preguntaron su nombre.
—Mi nombre es Blancanieves. —contestó. Luego, les contó todo acerca de su malvada madrastra.
Los enanos dijeron:
—Si puedes limpiar nuestra casa, cocinar, tender las camas, lavar, coser y tejer, puedes quedarte todo el tiempo que quieras—. Blancanieves aceptó feliz y se quedó con ellos.
Pasó el tiempo y un día, la reina decidió consultar a su espejo y descubrió que la princesa vivía en el bosque. Furiosa, envenenó una manzana y tomó la apariencia de una anciana.
— Un bocado de esta manzana hará que Blancanieves duerma para siempre — dijo la malvada reina.
Al día siguiente, los enanos se marcharon a trabajar y Blancanieves se quedó sola.
Poco después, la reina disfrazada de anciana se acercó a la ventana de la cocina. La princesa le ofreció un vaso de agua.
—Eres muy bondadosa —dijo la anciana—. Como agradecimiento, toma esta manzana.
En el momento en que Blancanieves mordió la manzana, cayó desplomada. Los enanos, alertados por animales del bosque, llegaron a la cabaña mientras la reina huía.
Los enanos colocaron a Blancanieves en una urna de cristal, con la esperanza de que despertase un día.
Y el día llegó cuando un apuesto príncipe que cruzaba el bosque en su caballo, vio a la hermosa joven en la urna de cristal y maravillado por su belleza, le dio un beso en la mejilla. En ese momento, la joven despertó al haberse roto el hechizo.
Blancanieves y el príncipe se casaron y vivieron felices para siempre.
El gato con botas
Gato con botas 1
Érase una vez un molinero muy pobre que dejó a sus tres hijos por herencia un molino, un burro y un gato. En el reparto, el molino fue para el hijo mayor, el asno para el segundo y el gato para el más joven. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.
—¿Qué será de mí? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un gato.
El gato escuchó las palabras de su joven amo y decidido a ayudarlo, dijo:
—No se preocupe mi señor, yo puedo ser más útil y valioso de lo que piensa. Le pido que por favor me regale un saco y un par de botas para andar entre los matorrales.
Aunque el joven amo no creyó en las palabras del gato, le dio lo que pedía pues sabía que él era un animal muy astuto.
Poniendo su plan en marcha, el gato reunió algunas zanahorias y se fue al bosque a cazar conejos. Con el saco lleno de conejos y sus botas nuevas, se dirigió hacia el palacio real y consiguió ser recibido por el rey.
—Su majestad, soy el gato con botas, leal servidor del marqués de Carabás —este fue el primer nombre que se le ocurrió al gato—. El marqués quiere ofrecerle estos regalos.
Los conejos agradaron mucho al rey.
Al día siguiente, el gato con botas volvió al bosque y atrapó un jabalí. Una vez más, lo presentó al rey, como un regalo del marqués de Carabás.
Durante varias semanas, el gato con botas atrapó más animales para presentarlos como regalos al rey. El rey estaba muy complacido con el marqués de Carabás.
Un día, el gato se enteró que el rey iba de visita al río en compañía de su hija, la princesa, y le dijo a su amo:
—Haga lo que le pido mi señor, vaya al río y báñese en el lugar indicado. Yo me encargaré del resto.
El joven amo le hizo caso al gato. Cuando la carroza del rey pasó junto al río, el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Carabás se está ahogando!
Recordando todos los regalos que el marqués le había dado, el rey ordenó a su guarda a ayudar al joven. Como el supuesto marqués de Carabas se encontraba empapado y su ropa se había perdido en la corriente del río, el rey también ordenó que lo vistieran con el traje más elegante y lo invitó a pasar al carruaje. En el interior del carruaje se encontraba la princesa quien se enamoró inmediatamente del apuesto y elegante marqués de Carabás.
El gato, encantado de ver que su plan empezaba a dar resultado, se fue delante de ellos. Al encontrar unos campesinos que cortaban el prado en un enorme terreno, dijo:
—Señores campesinos, si el rey llegara a preguntarles a quién pertenecen este terreno, deben contestarle que pertenecen al marqués de Carabás. Háganlo y recibirán una gran recompensa.
Cuando el rey se detuvo a preguntar, los campesinos contestaron al unísono:
—Su majestad, este terreno es de mi señor, el marqués de Carabás.
El gato, caminando adelante de la carroza, iba diciendo lo mismo a todos los campesinos que se encontraba. El rey preguntaba lo mismo y con cada respuesta de los campesinos, se asombraba más de la riqueza del señor marqués de Carabás.
Finalmente, el ingenioso gato llegó hasta el más majestuoso castillo que tenía por dueño y señor a un horripilante y malvado ogro. De hecho, todas las tierras por las que había pasado el rey pertenecían a este castillo.
El gato sabía muy bien quién era el ogro y pidió hablar con él. Para no ser rechazado, le dijo al ogro que le resultaba imposible pasar por su castillo y no tener el honor de darle sus respetos. El ogro sintiéndose adulado le permitió pasar.
—Señor, he escuchado que usted tiene el envidiable don de convertirse en cualquier animal que desee —dijo el gato.
— Es cierto —respondió el ogro—, y para demostrarlo me convertiré en león.
El gato se asustó de tener a un león tan cerca. Sin embargo, estaba decidido a seguir con su elaborado plan.
Cuando el ogro volvió a su horripilante forma, el gato dijo:
—¡Sus habilidades son extraordinarias! Pero me parecería más extraordinario que usted pudiera convertirse en algo tan pequeño como un ratón.
—Claro que sí puedo—respondió el ogro un tanto molesto.
Cuando el ogro se convirtió en ratón, el gato lo atrapó de un solo zarpazo y se lo comió.
Al escuchar que se acercaba el carruaje, el gato corrió hacia las puertas del castillo para darle la bienvenida al rey:
—Bienvenido al castillo del señor marqués de Carabás.
—¿Cómo, señor marqués de Carabás? —exclamó el rey—. ¿También este castillo le pertenece?
El rey deslumbrado por la enorme fortuna del marqués de Carabás, dio su consentimiento para que se casara con la princesa.
Aquel joven que antes fue pobre se había convertido en un príncipe gracias a la astucia de un gato. El joven nunca olvidó los favores del gato con botas y lo recompensó con una capa, un sombrero y un par de botas nuevas.
 Rapunzel
Rapunzel 1
Había una vez una pareja que por mucho tiempo deseaba tener un bebé, hasta que por fin ese deseo se hizo realidad. A través de la ventana trasera de la pequeña casa donde vivían, podían ver un espléndido jardín que estaba lleno de las más bellas plantas y las más suculentas frutas y vegetales. El jardín estaba rodeado por un alto muro, y nadie se atrevía a entrar a él, porque pertenecía a una bruja muy malvada.
Un día, la mujer se asomó a la ventana y vio en el jardín un huerto de espinacas frescas y verdes. Tanto era su anhelo de probarlas que se enfermó gravemente.
El hombre, muy preocupado por la salud de su esposa, decidió tomar el riesgo de entrar al jardín de la bruja. De manera que, en la noche trepó el alto muro que separaba el jardín, rápidamente desenterró un puñado de espinacas y se lo llevó a su mujer. Ella inmediatamente preparó una ensalada, la cual se deleitó en comer.
Las espinacas eran tan deliciosas, que al día siguiente su deseo se hizo aún más grande. Nuevamente, el hombre quiso complacerla y se dispuso a trepar el muro. Pero tan pronto había desenterrado el puñado de espinacas, para su horror, vio a la bruja parada frente a él:
—¿Cómo puedes atreverte a entrar a mi jardín y como un ladrón llevarte mis espinacas? Te juro que pagarás por esto —dijo la bruja con un tono muy amenazante.
—Le ofrezco mis disculpas —respondió el hombre con voz temblorosa—, hice esto por necesidad. Mi esposa está embarazada y al ver sus espinacas sintió un anhelo que se apoderó de ella, desde ese entonces ha estado muy enferma.
La ira de la bruja disminuyó un poco, y dijo:
—Si las cosas son como dices, te permitiré tomar todas las espinacas que quieras, estas salvarán la vida de tu esposa, pero bajo una condición: me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener. Yo seré su madre, conmigo será feliz y nunca le faltará nada.
El pobre hombre estaba tan aterrorizado que no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto la esposa dio a luz, la bruja se llevó a la niña y la llamó Rapunzel.
Rapunzel se convirtió en la niña más hermosa bajo el sol. Cuando tenía doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un espeso bosque. La torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo alto. Cada vez que la bruja quería subir a la torre, se paraba bajo la ventana y gritaba:
—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!
La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza dorada y la bruja subía la torre.
Muchos años después, el hijo del rey estaba cabalgando a través del bosque. Al acercarse a la torre, escuchó una canción tan hermosa que se detuvo a escuchar. Era Rapunzel, que estaba pasando el tiempo cantando con su dulce y hermosa voz. El príncipe quería subir hasta ella, y buscó una puerta en la torre, pero no encontró alguna.
Entonces, cabalgó al palacio. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que siguió regresando al bosque todos los días para escucharla.
Un día, mientras estaba escondido detrás de un árbol, vio a la bruja acercarse y la escuchó decir:
—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!
Sabiendo cómo subir la torre, el príncipe regresó en la noche y gritó:
—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!
Rapunzel dejó caer su trenza pensando que era la malvada bruja y el príncipe subió.
Al principio Rapunzel se asustó, pero el príncipe le explicó que la había escuchado cantar y que su hermosa voz le había robado el corazón.
Rapunzel perdió el miedo y cuando él le preguntó si lo tomaría como esposo, ella aceptó feliz.
Los dos acordaron que la mejor forma para que Rapunzel escapara de la torre, sería que el príncipe le trajera un hilo de seda todos los días y que ella lo tejiera en una escalera para luego descenderla.
Pero un día, mientras Rapunzel estaba tejiendo la escalera, la bruja vino a visitarla y gritó:
—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!
Cuando la bruja malvada entró en la habitación de Rapunzel, vio la escalera y se enojó muchísimo:
—¡Me has traicionado! —dijo furiosa.
Sin decir más, la malvada bruja tomó un par de tijeras y cortó el hermoso cabello de Rapunzel. Al día siguiente, cuando el Príncipe llegó con más hilo de seda, la bruja lo engañó arrojándole la trenza por la ventana para que él subiera. Al entrar a la torre, no vio a su querida Rapunzel sino a la bruja.
—Nunca volverás a ver a tu Rapunzel— dijo la bruja en medio de carcajadas.
El príncipe estaba tan desesperado por encontrar a Rapunzel que, sin pensarlo, saltó de la torre y cayó sobre unas espinas que lo dejaron ciego.
Durante muchos años, vagó por el bosque hasta que tropezó con un hermoso lago. Allí escuchó una hermosa voz que reconoció al instante… ¡era la voz de su querida Rapunzel! Cuando Rapunzel vio al príncipe, se abalanzó sobre él llorando. Sus lágrimas se posaron sobre los ojos del príncipe y pudo él volver a ver. Rapunzel y el príncipe se casaron y fueron felices para siempre.


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